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Guerra de Sierra Leona: 20 años de un conflicto civil vivido en primera persona por el Hermano José María Chávarri

Miércoles, 5 Mayo, 2021 - 05:00

 

El pasado día 23 de abril se cumplieron 20 años del conflicto en Sierra Leona, que duró 11 años. Entre 1992 y 1995, el Hermano de San Juan de Dios, José María Chávarri, fue testigo de las atrocidades de la guerra, mientras trabajaba en el Hospital como responsable del equipo de la Orden al que acudían miembros de las dos fracciones en contienda. Su experiencia refleja las consecuencias de una guerra por diamantes manchados de sangre que comenzó en Liberia en 1989 y se extendió a Sierra Leona en 1991. El balance: 250.000 muertos, infancias arrebatadas y heridas que aún hoy el país se afana en sanar para afrontar el futuro.

 

 

La Comunidad de Hermanos del Hospital estaba formada en esos años por ocho miembros: siete españoles y uno ghanés. El centro tenía ya entonces una capacidad de 110 camas y prestaba servicio, como aún hoy, en las especialidades de pediatría, maternidad, cirugía y traumatología. También contaba con quirófanos, laboratorio, rayos X, una sección para enfermos de tuberculosis y actualmente una escuela de enfermería. Personas de las fuerzas nacionales y rebeldes acudían al Hospital y “a todos ellos se trataba sin distinción de ideología, religión o condición social”, subraya el Hermano Chávarri.

Los miembros del equipo de la Orden prestaban asistencia sanitaria en un entorno muy complicado, en tensión constante ante el avance de las tropas y la inseguridad de un conflicto civil de gran intensidad y totalmente imprevisible. Así lo recuerda el Hermano Chávarri, que reconoce que “a lo largo de las 24 horas del día teníamos una idea fija y constante de que en cualquier momento algo podría suceder. No lográbamos concentrarnos en lo necesario, con frecuencia la imaginación divagaba en distintos asuntos, se nos interrumpía con frecuencia solicitando todo tipo de ayudas. Cuando en ocasiones se oían ruidos fuertes nos sobresaltábamos pensando que podrían ser disparos o alguien que venía para robar. Era una situación complicada. A todos nos pasaba lo mismo”, asegura.

En el cumplimento de sus responsabilidades, el Hermano Chávarri debía desplazarse a la capital del país, Freetown, para realizar gestiones y compras. En estos desplazamientos asistió a “cosas muy difíciles de entender, como barreras de control vigiladas por ambos bandos militares, en los que, con demasiada frecuencia, me encontraba a jóvenes de 11-15 años con metralleta en mano, algunos drogados o embriagados que en cualquier momento te podían disparar pues no eran conscientes de lo que hacían, era algo terrible”, asegura. “Más tarde, un sacerdote javeriano creó un centro para rehabilitar a estos niños guerreros”.

Recuerda la impotencia ante determinadas situaciones sanitarias críticas. “¿Qué hacer ante determinados problemas? Muchas veces no teníamos una solución que dar ante tantas situaciones de necesidad que afloraban. La muerte de alguien por un simple disparo, una persona gravemente herida, problemas familiares serios…etc. Eran demasiados los casos a los que no podíamos dar respuestas adecuadas por falta del abastecimiento sanitario necesario, ya que el hospital se encuentra en el interior y no había facilidad de desplazamiento en esas circunstancias para adquirir suministros”.

Sin los medios suficiente no podían satisfacer algunas necesidades básicas como comida y ropa. El Hermano Chávarri recuerda una situación concreta, en la que “un niño, vecino nuestro, vino una tarde para comunicarnos que su padre había fallecido en una emboscada no lejos del hospital. ¿Qué hacer? Eran situaciones fuera de nuestro alcance”.

Nunca abandonamos el Hospital

El ruido de disparos era constante, pero había momentos de ataques centrados en las localidades cercanas al Hospital. “Cuando esto ocurría, se creaba una gran confusión. Los vecinos del poblado más próximo venían buscando refugio en el Hospital, y los enfermos allí atendidos salían llenos de miedo a refugiarse entre la maleza y el bosque. La gente entraba y salía en estampida y desorden”.

El Hospital abría en esos momentos de par en par las puertas para que se pudiera circular libremente. “En los casos en que el enfermo tenía un dosificador de suero, se le desconectaba, si él así lo pedía, para poder huir”, relata el Hermano. “Los trabajadores y enfermeros dejaban alarmados el hospital para poder controlar a su propia familia, algunos niños se perdieron al unirse a gente extraña. Nosotros siempre permanecimos en el Hospital”.

La inasumible inseguridad provocó que, poco a poco, los voluntarios que trabajaban en el Hospital abandonaran la instalación para irse o refugiarse en la Embajada Española y esperar la ocasión para salir del país. De esta forma, la clínica oftalmológica evangelista, cercana al hospital, cerró sus puertas. También el párroco italiano de Lunsar se fue tras la llamada del Obispo “y las cuatro religiosas misioneras carmelitas mejicanas que trabajaban con nosotros se fueron a otra comunidad por sentirse más seguras allí”, rememora.

Tras esta diáspora, quedaron solo seis personas al frente del centro, pero valió la pena solo por la visita de “un grupo de personas para darnos las gracias por no habernos ido. Nos dijeron que el hecho de ver por las noches las luces del hospital suponía para ellos una gran tranquilidad y seguridad para poder seguir en sus casas, de lo contrario habrían tenido que huir perdiendo lo poco que tenían”.

La recogida de cadáveres empezó a ser otro de sus objetivos para darles sepultura en una zona que habilitaron detrás de la Comunidad. También recuerda que nunca fueron un objetivo, ya que, “por cuidados médicos o necesidad de alimentos todos nos necesitaban”.

Todo era dar y ofrecer ante tanta necesidad

El recrudecimiento del conflicto empezó a afectar a los suministros más básicos, las reservas de alimentos se agotaban y cada vez era más difícil viajar a la capital. Ante esta situación “uno de los hermanos empezó a cocinar tres calderas de arroz diarias. Es muy difícil vivir esta situación, incluso creerla sin verla con los propios ojos. Se te desgarra el corazón”. Tan profundo es este impacto que este Hermano, recuerda Chávarri, “persona seria y recia, se transformó totalmente en bonachón y espléndido, no escatimaba nada, todo era dar y ofrecer ante tanta necesidad”.

“Podría relatar muchos más hechos reales que se sucedieron a lo largo de los días, pero no puedo dejar de mencionar al Hermano Manuel García Viejo, médico cirujano e internista, entregado totalmente a su trabajo de salvar vidas, siempre fiel a su misión y disponible tanto de día como de noche ante cualquier urgencia que se presentara”, apunta.  El Hermano Manuel continuó desarrollando la labor en Sierra Leona hasta 2014, cuando se contagió de ébola en el mismo hospital de Lunsar y desde el que fue traslado a España, donde falleció días después de su llegada.

Pero el Hermano Manuel no fue el único afectado por esta enfermedad. Varios trabajadores murieron por la misma infección. “Son varios los hermanos de la Orden que han fallecido en África a causa de su entrega incondicional viviendo la filosofía, valores y herencia de nuestro fundador San Juan de Dios”, recuerda el Hermano Chávarri. La entrega de todos ellos fue reconocida en 2015, cuando la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios recibió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia, por su trayectoria de quinientos años de existencia al servicio de las personas marginadas, enfermas y necesitadas de la sociedad.

Echando la vista atrás, el Hermano Chávarri habla de una “experiencia muy dura pero muy positiva al mismo tiempo. Tiempos difíciles que deseamos que nunca se repitan. Nunca jamás desear una guerra, los conflictos se tienen que solucionar por otras vías”. Porque el resultado es inasumible: “Tantas familias destruidas, muchas personas muertas, retroceso de la economía del país a una pobreza absoluta, barbarie y brutalidad por doquier, mujeres violentadas, menores que han perdido a sus padres, brotes de enfermedad mental causados por heridas psicológicas que jamás van a curar, y un sinfín de problemas sin posible solución”.

Por todo ello, el Hermano aboga por recapacitar, madurar y “cargar sobre nuestras espaldas las necesidades de los demás, de evitar el enriquecimiento personal en detrimento del de los demás. Posicionémonos en contra de la corrupción, de la explotación humana y de tantas muchas situaciones que causan las guerras y el odio entre los humanos. Nunca más. Jamás repetir los mismos errores”.

“Decía más arriba que conformábamos la comunidad un grupo de hermanos españoles y un africano; pero ahora la forman un grupo de africanos y ningún europeo. Bonita realidad. La semilla que en un principio se sembró ahora ha dado su fruto. Son los hermanos de San Juan de Dios africanos quienes eficientemente llevan adelante la misión juandediana y el carisma de la hospitalidad”.

 

 

 
 
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